28-12-11. Decidimos estrenar la Master en un viajecito de 800 km (ya habíamos hecho uno de 80 para visitar a nuestros amigos Vanesa y Amadeo) yendo a La Pampa para pasar la fiesta de Año Nuevo con algunos de nuestros familiares. ¡¡¡Cuántas expectativas!!!
Todo iba muy bien hasta que de pronto una danza de lucecitas rojas que comienzan a titilar en el tablero, cual cartel estroboscópico, atraen inusitadamente nuestra atención. El motor se para en medio de la ruta y alcanzo a estacionar sobre la banquina con el envión.
De aquí en más varios intentos de encendido, arranque y volver a andar. Cada vez los trayectos son más breves y así avanzamos unos cuatro kilómetros mientras leemos el manual para entender los significados de esas luces intermitentes que alteran los nervios, ante la impotencia de que al final de todos los textos, aparece la frase: “Detenga inmediatamente el vehículo, pare el motor y contacte a un Representante de la marca”.
¿Para qué contar que en esas ocho calurosas horas de habitar la ruta 154, perdimos la señal de celular mientras avanzábamos en los intentos de comprender lo que sucedía; se nos fueron acabando las baterías de los dos teléfonos (por supuesto no teníamos cargador para el auto; nunca lo habíamos necesitado); y nos fuimos quedando sin crédito por los varios llamados infructuosos que realizamos a la Compañía de Seguros, a la Concesionaria y, finalmente, a los familiares?
Chupar cubitos de hielo es divertido cuando uno es chico, pero en estas circunstancias fue una necesidad mientras, con el transcurrir de las horas, íbamos añorando unos mates, una gaseosa y, finalmente, por la hora de la noche una cervecita helada.
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