01-09-13. Luego de 522 días y
47.735 km recorridos volvemos a casa.
Está igual y está distinta a
la vez, es difícil de explicar. No podemos decir en qué ha cambiado; es la
misma, pero hay un cierto distanciamiento en nosotros que hace que la veamos
distinta. Posiblemente con los días esta sensación vaya desapareciendo, la
volvamos a sentir plenamente nuestra.
Nuestros gatos nos reciben
prontamente. Hay que aclarar que muchas veces, cuando viajamos unos días, se
muestran reacios ante nuestro regreso. No se nos acercan, hacen como si nos
ignoraran. Esta vez no, rápidamente recobramos los antiguos hábitos. Los modos
de relacionarnos.
Estamos a unas semanas del
inicio de la primavera pero el frío se hace sentir, como lo hará el resto del
año a excepción (con suerte), entre mitad de diciembre y mitad de enero.
Miramos los montones de cajas
con cosas empacadas y no nos dan muchas ganas de abrirlas, no hemos extrañado
mucho a “las cosas”. Nuestras cosas.
Volver a trabajar, volver a
hacer las actividades (antes) cotidianas, pagar servicios, comprar siempre en
el mismo supermercado, son cosas que nos resultan extrañas, como alejadas de
nuestra realidad. Y así fue por muchos meses. ¿Podremos volver a adaptarnos a
esta situación? ¿Será “conveniente” hacerlo? ¿Ganaremos-perderemos algo al
hacerlo?
Antes del viaje, hubo una realidad
que fue la cotidiana, aquella que no se discute o problematiza. Ahora podemos
verla desde otra perspectiva, como con cierta distancia. Aún no sabemos si
volveremos a construir la misma de antes, o la experiencia del viaje supondrá (por
no poder o no querer) un no volver a ese punto. Un apartamiento permanente de aquella
forma de vida.
Por lo pronto tenemos muchas
conversaciones y abrazos pendientes con amigos. Lugares y recuerdos, comidas y
gestos con que reencontrarnos.