En esta
entrada carecemos de fotos, ya que, días después en Cartagena nos robaron una
de las cámaras, donde se encontraba el registro.
Partimos hacia
Popayán, queríamos conocer esa ciudad colonial.
Accedemos a la que
debe ser la Panamericana: pagamos importantes peajes ($14.200 en total), la
carretera es muy angosta, por largos kilómetros los vehículos no pueden
adelantarse.
La ruta se va
deteriorando paulatinamente. Cerca del Aeropuerto de Nariño desde el fondo de
un pozo le pregunto a la señorita que cobra el peaje: “¿la ruta mejora más
adelante?” “No”, contesta con un poco de vergüenza.
Kilómetros después
aparecen niños y ancianos al costado del camino y extienden sus manos para
pedir dinero. Las cosas se vuelven más desagradables y chocantes: otros grupos improvisan
cuerdas con trozos de nylon, sogas, etc., que atan a un extremo de la ruta y
sostienen, del otro lado, con la mano, cortando el tránsito. A pesar de que
vemos a los colectivos seguir raudamente, nosotros nos detenemos cada vez para
evitar lastimar a alguien y con temor, ya que oímos que por aquí hay muchos
problemas de seguridad, aconsejan no viajar de noche por la zona. Cuando frenamos,
se acercan a pedir dinero.
Cada tanto hay
jóvenes echando tierra a los pozos del camino y pidiendo dinero por ese
trabajo, pensamos “¿para qué pagamos el peaje entonces?”
También observamos
grupos del ejército, fuertemente armados y con vehículos blindados, lo cual nos
hace dudar de la seguridad de la carretera y anhelar llegar a destino.
Todo el trayecto
nos provocó sentimientos de vulnerabilidad, por esas personas y por nosotros,
impotencia, por el estado en que se encuentran, enojo, por ser obligados a detenernos.
Daban ganas de
corroborar el rumbo, poco tránsito y la ruta en pésimo estado. Así y todo
llegamos a Popayán, luego de conducir ininterrumpidamente durante seis horas y
media.
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