Salimos con cierta dificultad
de Medellín, hacia el norte (mal señalizado el camino y el GPS quería que atravesáramos un parque). Ascendemos hasta los 2778 msnm en los Llanos de
Cuibá, el pésimo estado de las rutas son inversamente proporcional al precio de
los peajes, en los que uno se siente estafado al pagar.
Hay numerosos retenes
militares donde los soldados armados, casetas camufladas y camiones
blindados se escalonan a lo largo de la
carretera.
En Santa Rosa de los Osos
almorzamos mate y almojábanas.
Foto tomada en movimiento. |
Dormimos en Tarazá, metros
antes de una estación de peaje, ¡por supuesto!
Nos detenemos varias veces en
el camino. En Caucasia, localidad a orillas del Río Cauca, paramos a caminar un
poco. Averiguamos por los atractivos turísticos del lugar pero: parece que no
hay.
En Planeta Rica, ¡nombre
extraño para una ciudad!, almorzamos sopa, arroz y pollo frito por $6.000 c/u.
Antes de Sahagún nos
detenemos a hacer noche en una amplia estación de servicio que no estaba en
funcionamiento, de todos modos al día siguiente aparece el “cuidador” (que no
vimos en toda la noche) y hay que dejarle unos pesos.
Pasamos por varios pueblos
que exhiben llamativos puestos a lo largo de la ruta: sombreros puntiagudos,
carteras, bolsos, hamacas y objetos trabajados en madera con brillantes
colores.
En Sampués compramos un tucán
(en madera) que quedó bautizado con el nombre del pueblo.
Sampués y su familia antes de acompañarnos en el viaje. |
El paisaje fue cambiando
notablemente. Las casitas a los lados de la carretera con muchas flores de
colores, los plátanos, las palmeras, y el lento transitar de su gente de piel
bien oscura recuerdan las descripciones de Gabriel García Márquez y de otros
autores que relatan escenas de aldeas tropicales. El calor enlentece el
transcurrir de sus vidas.
Entre peaje y peaje llegamos
a Cartagena.
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