En
esta entrada carecemos de fotos, ya que días después en Cartagena nos robaron
una de las cámaras, donde se encontraba el registro.
13 y 14-11-12. Para
llegar al “desierto” debemos cruzar, varios kilómetros antes, un río en balsa,
ya que están construyendo el puente. Así, subimos por tercera vez en este viaje
a la Blanquita a un ferry, ferri escriben aquí. La copiloto debe cruzar el río
por un pequeño puente peatonal. Hicimos varias fotos del cruce que, también,
perdimos.
Tenemos que pasar
por Villavieja para acceder al desierto. Apacible y antigua, con su plaza
sumamente arbolada y una escultura a escala real de un megaterio,
representativo de los fósiles encontrados en la región. Con tantos árboles en
este pueblo nos costaba pensar que hubiese un desierto a sólo cinco kilómetros
de allí.
Una vez llegados
al desierto vemos que el paisaje es bellísimo, con formaciones que recuerdan a
los llamados “valles lunares” en distintas partes del planeta. Al atardecer, el
juego de luces y sombras acentuaban las grietas, otorgándole aún más dramatismo
al paisaje.
Observar cabras y
bueyes con sus crías pastando o recorriendo los caminos fue una imagen usual en
toda la extensión del llamado desierto.
Habíamos
estacionado en un parqueadero gratuito, frente al Observatorio, hacía un calor
difícil de soportar. Nos acostamos y a las 2.00 AM comienza a llover! No se
detiene la lluvia sino hasta las 8.00 AM. Extraño record para un desierto.
Al día siguiente
queremos recorrer los distintos paseos. Rápidamente nos detenemos frente a un
lodazal, dispuestos a no encajarnos nuevamente; no podemos retroceder ni girar
en redondo. Estacionamos al costado del camino, unos guías que se encuentran
con 130 niños de escuelas de Bogotá, nos dicen que la de anoche fue la tercera
lluvia del año y su intensidad inusual.
Empezamos a
caminar para ver cómo estaba el camino, a las cuatro horas con veinte minutos
regresamos (¡!). Hicimos los circuitos de El Laberinto, Las Ventanas y Los
Hoyos a la peor hora de calor. El paisaje fue transformándose en más árido,
rojizo primero, negro después, hasta llegar a formaciones oscuras que
constituyen hoyos de los que surgen aguas con muchos minerales. Las mismas se
recogen en piscinas donde se puede ingresar, pagando $3.000.
En el camino hay hostales,
campings y estaderos (donde comer), separados por varios kilómetros entre sí.
Aprovechando que
el sol secaba el camino, con paciencia maniobramos entre el barro y la calle
angosta para girar el vehículo, saliendo sin problemas.
Fotografiamos otro bello atardecer…
Al día siguiente
¡amanece con lluvia! Vamos hasta Villavieja y esperamos tres horas a que
disminuya su intensidad, las calles se anegan, las aguas transportan barro
rojizo en su recorrido. Consultamos a la policía y nos recomiendan volver a
Neiva para salir al norte, la ruta que sale directamente de la Tatacoa al norte
se torna intransitable y peligrosa, además de estar mal señalizada.
Partimos del
extraño “desierto”. Técnicamente no es un desierto, ya que llueve 1.070 mm por
año, se trata de un bosque tropical seco semiárido.
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