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Este blog es un lugar, un lugar en movimiento para compartir.

Compartir los viajes, los paisajes, las vivencias, las alegrías, las reflexiones y, por qué no, las penas, que, esperamos, no sean muchas.

¿Por qué territorio? Porque es la tierra que nos aloja y es, también, el aire, el mundo material y simbólico, las ilusiones y herencias que también nos sostienen.

¿Por qué en movimiento? Porque, al movernos, lo cambiaremos y será cambiado. Por el paisaje, la gente, el camino, otros soles, nuevas lluvias; en este desafío de trasladarnos con nuestro territorio a largo plazo, en el tiempo y en el espacio.

¡Suban con nosotros y acompáñennos! ¡Pongámonos en movimiento!

Adriana y Nelson


18 dic 2012

Desierto de La Tatacoa


En esta entrada carecemos de fotos, ya que días después en Cartagena nos robaron una de las cámaras, donde se encontraba el registro.

13 y 14-11-12. Para llegar al “desierto” debemos cruzar, varios kilómetros antes, un río en balsa, ya que están construyendo el puente. Así, subimos por tercera vez en este viaje a la Blanquita a un ferry, ferri escriben aquí. La copiloto debe cruzar el río por un pequeño puente peatonal. Hicimos varias fotos del cruce que, también, perdimos.

Tenemos que pasar por Villavieja para acceder al desierto. Apacible y antigua, con su plaza sumamente arbolada y una escultura a escala real de un megaterio, representativo de los fósiles encontrados en la región. Con tantos árboles en este pueblo nos costaba pensar que hubiese un desierto a sólo cinco kilómetros de allí.

Una vez llegados al desierto vemos que el paisaje es bellísimo, con formaciones que recuerdan a los llamados “valles lunares” en distintas partes del planeta. Al atardecer, el juego de luces y sombras acentuaban las grietas, otorgándole aún más dramatismo al paisaje.

Observar cabras y bueyes con sus crías pastando o recorriendo los caminos fue una imagen usual en toda la extensión del llamado desierto.

Habíamos estacionado en un parqueadero gratuito, frente al Observatorio, hacía un calor difícil de soportar. Nos acostamos y a las 2.00 AM comienza a llover! No se detiene la lluvia sino hasta las 8.00 AM. Extraño record para un desierto.

Al día siguiente queremos recorrer los distintos paseos. Rápidamente nos detenemos frente a un lodazal, dispuestos a no encajarnos nuevamente; no podemos retroceder ni girar en redondo. Estacionamos al costado del camino, unos guías que se encuentran con 130 niños de escuelas de Bogotá, nos dicen que la de anoche fue la tercera lluvia del año y su intensidad inusual.

Empezamos a caminar para ver cómo estaba el camino, a las cuatro horas con veinte minutos regresamos (¡!). Hicimos los circuitos de El Laberinto, Las Ventanas y Los Hoyos a la peor hora de calor. El paisaje fue transformándose en más árido, rojizo primero, negro después, hasta llegar a formaciones oscuras que constituyen hoyos de los que surgen aguas con muchos minerales. Las mismas se recogen en piscinas donde se puede ingresar, pagando $3.000.

En el camino hay hostales, campings y estaderos (donde comer), separados por varios kilómetros entre sí.

Aprovechando que el sol secaba el camino, con paciencia maniobramos entre el barro y la calle angosta para girar el vehículo, saliendo sin problemas.
Fotografiamos otro bello atardecer…

Al día siguiente ¡amanece con lluvia! Vamos hasta Villavieja y esperamos tres horas a que disminuya su intensidad, las calles se anegan, las aguas transportan barro rojizo en su recorrido. Consultamos a la policía y nos recomiendan volver a Neiva para salir al norte, la ruta que sale directamente de la Tatacoa al norte se torna intransitable y peligrosa, además de estar mal señalizada.

Partimos del extraño “desierto”. Técnicamente no es un desierto, ya que llueve 1.070 mm por año, se trata de un bosque tropical seco semiárido.

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