Lo sentimos como uno de esos
pueblos para quedarse o para volver.
Decidimos parar en un camping
para poder disfrutar de la playa y del mar a pleno. Lo hicimos en el Vía
Láctea, una Pousada frente al mar que, además de habitaciones, tiene espacios
verdes donde acampar y una atractiva piscina rodeada de cocoteros.
Durante los días que
estuvimos, el clima fue perfecto, sólo alguna tormenta por la noche de la que
no quedaban rastros al amanecer.
Por la mañana, nuestras
actividades se concentraban en desayunos al aire libre, largas caminatas por
las playas y baños en el cálido mar turquesa.
Hacia un lado el paisaje nos
regalaba amplios espacios de arena clara que contrastaban con los médanos de
arena roja y las coloridas sombrillas de los restaurants. Hacia el otro, casi
sin urbanización, el paisaje era amplio, solitario con decenas de molinos
generadores de energía al frente. El blanco y celeste del mar, del cielo, de
las icónicas nubes y de los inmensos molinos nos provocaban mucha calma durante
los paseos.
La forma singular de los
barcos de los pescadores conforman una de las imágenes características de este
lugar.
Como disponíamos de excelente
conectividad, nos comunicábamos con toda la familia vía skype y nos pusimos al
día con los mails.
Por las tardes paseábamos por
las empedradas calles del pueblito plagado de locales de venta de artesanías y
accesorios para la vida vacacional que le dan un toque alegre, pintoresco y de
gran vitalidad al lugar.
A la noche, los restaurantes
se llenaban de gente que disfrutaba de la exquisita comida marina y de la
música en vivo, interpretada por artistas locales. Nosotros no lo dejamos pasar
y festejamos con caipiriñas y peixes fritos nuestra última noche en Canoa.
¡Un lugar para volver!
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