19 al 21-04-13. Por
intuición, y con planos y GPS, llegamos a Sao Luis. Estacionamos frente a una
ajetreada plaza y recorrimos algunas calles, hasta que llegamos a su centro
histórico.
Nos encantó, fuimos a la oficina de turismo y, amablemente, nos
indicaron dónde podíamos estacionar para pernoctar.
Nos dirigimos al
estacionamiento, al lado de una terminal de Buses, muy cerca de una zona de
bares y el mar. Cruzando la avenida empezaba el Centro Histórico, ¡nada mal!.
Dimos unas vueltas
por el centro admirando las callecitas adoquinadas y las construcciones, que se
distinguen de las otras ciudades por el profuso empleo de los cerámicos (que
eran traídos de Europa), útiles para combatir el calor y la humedad. La mayoría
de fondo blanco y color azul.
Luego nos
dirigimos a recorrer la costanera (“orla” es llamada en esta parte de Brasil) y
un grupo de gente atrae nuestra atención. Un coche se ha caído por unas
escalinatas y se encuentra muy cerca del mar, además en posición incómoda para
subirlo. En la calle, un muchacho con cara apenada sentado en un “bus escola”
parece ser quien embistió al auto y lo arrojó al mar.
Ya hemos visto en
Belén otros colectivos que se utilizan para aprender a manejar
profesionalmente. Si nos llamó la atención el año pasado, en este país, la
cantidad de escuelas para automovilistas que hay, ahora Brasil nos asombra con
esto.
La gente se detiene
a ver, hace comentarios, saca las inevitables fotos (como nosotros), y sigue su
camino. Volvemos a la zona histórica.
La ciudad fue
fundada por los franceses, en 1612, ellos también querían su parte de
Sudamérica. Recién en 1615 los portugueses pudieron expulsarlos, pero sólo
hasta 1641 cuando los holandeses se adueñaron del lugar. En 1644 los
portugueses re-reconquistaron la ciudad.
Utilizando la mano
de obra esclava, la zona se hizo muy rica gracias a la caña de azúcar y el
algodón.
Sao Luis se
encuentra en una isla, dividida por el río Anil, hay, además otros riachos. La
marea cambia los dominios del agua dulce y el agua salada. La isla posee
manglares y hermosas y extensas playas, donde pudimos dar largas caminatas y
observar un frente de tormenta verdaderamente imponente.
Visitamos el
Centro de Cultura Popular Domingos Vieira Filho, una antigua casa de varias
plantas, con escaleras y pisos de madera en la que se exponen trajes, imágenes,
maquetas y otros objetos utilizados en ceremonias y fiestas de las culturas
africanas y sus fusiones con la indígena y la cristiana en este país.
Buey, protagonista de la famosa celebración regional Bumba Meu Boi. |
La guía nos dio una exhaustiva y cálida explicación en portugués, que aprovechamos como pudimos, y por lo que salimos un poco cansados por el esfuerzo de la compresión en otro idioma.
El domingo
almorzamos en la playa y fue, literalmente, almorzar en la playa, ya que las
mesas y sillas están en medio de la arena, los mozos de los bares (que se
encuentran separados por una calle) van y vienen bajo el sol abrazador con la
comida recorriendo una importante distancia cada vez. Como si esto fuese poco,
también deben correr las mesas, sillas y parasoles cuando la marea sube. Realmente
parece un trabajo agotador pero todos parecen hacerlo con gusto y muchas ganas.
También es
llamativo que la mayoría de la gente baja con su automóvil a la costa, y lo
estaciona al lado de su mesa. Como punto en contra, luego del almuerzo
empezaron a llegar jóvenes con importantes parlantes en el baúl de sus autos,
cada uno oía (o algo así) su música mezclada con la de los vecinos. Muchísimos
decibeles producían un agobiante ruido, que chocaba con la paz que había hasta
ese momento.
Una vez más, el
pescado estaba delicioso, la cerveza helada y pudimos pagar con la tarjeta de
débito: “¡todo bem!”. Además fue un día de mucho sol, en el medio de los
anteriores donde llovía intermitentemente pero con mucha fuerza.
Para llegar a Sao
Luis, uno de los días viajamos varias horas desde Belém a un promedio de 40 km
por hora. Las lluvias, el tránsito y el mal estado de la ruta no permitían otra
velocidad, por eso tardamos dos días en realizar los 806 km que separan una
urbe de la otra.
La última noche
nos fuimos a dormir donde termina la costanera, al lado de la playa, en el
sector moderno de la isla.
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