31-07-12. Llegamos a Pisco,
el objetivo era caminar un poco por la ciudad, si nos agradaba quedarnos algún
día y seguir al norte.
El acceso es bastante ruinoso,
calles rotas, las infaltables moto taxis cruzándose y/o haciendo que uno tenga que frenar súbitamente.
Ingresamos desde el sur bordeando la costa, a la derecha vemos un barrio de la
Fuerza Aérea, las casas están con sus cimientos carcomidos por el salitre.
Seguimos por calles y
callejuelas de doble mano, el GPS con su costumbre de llevarnos por las más
estrechas, parece que las elige especialmente. Llegamos a la zona céntrica y
estacionamos en la misma plaza, aunque hay pintada línea amarilla, único
espacio que encontramos para hacerlo, y frente a dos policías en sus motos.
Cruzamos la calle y les preguntamos por donde estacionar para caminar ahora y
pernoctar después.
Inmediatamente nos dicen que Pisco es peligroso, que vayamos
a Paracas (¡acabábamos de llegar de allí!). Después de hablar un rato, nos
dicen para qué vamos a quedarnos: “en Pisco no hay nada”, los turistas van a
Paracas. Luego uno de ellos nos dice que hablemos con el principal, nos señala
la comisaría, y veamos si él nos autoriza a pernoctar donde nos habíamos
detenido, ahí es más seguro: “¡como están frente a la comisaría!” nos dice,
ellos pueden rondar pero no pueden asegurarnos nada.
Ya teníamos algún dato sobre
los robos aquí, pero en estos pocos minutos nos repitieron tanto que Pisco es
insegura, que abren las puertas de los
carros, que toda ciudad con puerto es insegura, etc., etc., que se nos iban las
ganas de quedarnos.
Mientras nosotros pensamos en
esto, vemos la catedral, de arquitectura ambigua, con su cúpula trisada por un
terremoto, hay una viga al costado amenazando caerse, parece que está prohibido
ingresar a ella, parece que van a dejar que se caiga.
Nos decidimos por volver a
Paracas, se estaba haciendo tarde (el sol se pone poco antes de las 18.00), y
ya teníamos idea de donde estacionar.
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