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¡Hola!

Este blog es un lugar, un lugar en movimiento para compartir.

Compartir los viajes, los paisajes, las vivencias, las alegrías, las reflexiones y, por qué no, las penas, que, esperamos, no sean muchas.

¿Por qué territorio? Porque es la tierra que nos aloja y es, también, el aire, el mundo material y simbólico, las ilusiones y herencias que también nos sostienen.

¿Por qué en movimiento? Porque, al movernos, lo cambiaremos y será cambiado. Por el paisaje, la gente, el camino, otros soles, nuevas lluvias; en este desafío de trasladarnos con nuestro territorio a largo plazo, en el tiempo y en el espacio.

¡Suban con nosotros y acompáñennos! ¡Pongámonos en movimiento!

Adriana y Nelson


25 may 2012

São Antonio de Lisboa, otro pueblo apacible


12 y 13-05-12. En la “Baia Norte”, al noroeste de la isla Florianópolis, un grupo de veleros amarrados a sus boyas esperan ser liberados para andar. 

En el barrio costero varía el número de cuadras paralelas al mar, entre una y tres, de acuerdo a las ocurrencias del morro y los espacios que éste les dejó.
Las veredas, muy angostas para una sola persona y a veces para ninguna.
Las calles, como todas las que recorrimos hasta ahora en Brasil, angostas también, con curvas y contracurvas imprimen velocidad en los conductores que se ven obligados a frenar por los constantes lomos de burro que colaboran con los transeúntes.
La iglesia, histórica con un interior rica y delicadamente barroco, le hace compañía al cementerio, que como todos los que hemos visto en Brasil, son alegres, llenos de flores multicolores, abiertos al entorno de los vivos para continuar una relación armoniosa entre ambos estados naturales.


Frente a ellos, la placita, con una forma tan particular como lo es todo en el lugar, que aún tiene impreso, y se preocupan en continuarlo, la cultura açoriana.

Algunos puestos de artesanos, con tejidos exquisitos, molinitos de las más variadas formas y colores, más otros sumamente creativos, se suman a los restaurants y bares que continúan sus locales con mesas y sillas colocadas en la rambla, frente al mar, cruzando la empedrada calle.
En un puesto, algo más modesto, comimos ostras crudas, servidas en bandeja con hielo y limoncitos verdes.



Durante todo el día llega y sale gente de este maravilloso lugarcito que sólo ocupa unas pocas cuadras.

Al oscurecer, empezaron a aparecer frente a la costa de esta Bahía, miles de puntos brillantes que marcaban el contorno del lado opuesto, delineando sobre todo, el imponente puente que une la isla con el continente. 


Dormimos allí, en el estacionamiento que encontramos a primera hora de la mañana, cuando todo aún estaba cerrado, y que sin querer, nos dejó en el medio de esta movida recién descripta.

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