06-05-12. A las 10.50 hs, dejamos las termas para
recorrer un poco el pueblo, Marcelino Ramos.
En el camino decidimos detenernos a
observar algo curioso que habíamos visto el día anterior. Sobre un terreno
ondulado, en un plano inclinado que caía hacia la ruta llamativas figuras
distribuidas armoniosamente sobre el césped: motos de distintos colores con sus
respectivos conductores (algunos parados como sosteniéndolas, otros sentados,
todos vestidos hasta el último detalle), dos helicópteros, un avión, bicicletas
de diversos tamaños, un minero, una figura con un arado, una multitud de lo que
parecían ser pequeñas casitas con techos a dos aguas, e innumerables figuras
más que por su cantidad se hacían difíciles de captar en un primer momento.
Nos detenemos a sacar fotografías, ante
nuestra sorpresa, al vernos, un señor que estaba realmente cortando el césped
nos hace señas para que saltemos un portón bajo tipo tranquera y entremos.
Carlos resultó ser el dueño del lugar y
creador de las obras, tarea que ya había iniciado su padre. Este señor hijo de
austríacos nos mostró de cerca los objetos, activó eléctricamente las ruedas de
las motos y las hélices de los helicópteros. También encendió decenas de luces
que, por la noche, iluminan el lugar. Pudimos observar de cerca alguno de los
cientos de conejos que vagan libremente por el predio y son los “propietarios”
de las hermosas y singulares casitas que habíamos visto.
Toda esta sorpresa era el prólogo de otra
más, cuando nos señaló un lugar debajo de un inmenso árbol y lo vimos, a sus 74
años, sentarse y hamacarse hasta una altura importante mientras se divertía haciendo
golpear sus pies entre sí cuando llegaba al punto más alto del recorrido.
Luego nos invitó a que lo imitáramos, lo cual
fue una experiencia muy emocionante porque la hamaca se eleva y entre lo vertiginoso
del movimiento, el largo de la soga, la altura de la rama y el abrupto descenso
del terreno en la mitad del trayecto, nos hizo sentir que salíamos volando para
llegar a la costa de enfrente.
En un momento nos preguntó la hora y nos
invitó a sentarnos en unas sillas estratégicamente amuradas en la tierra, desde
donde se veía un paisaje excepcional.
Posteriormente nos mostró que actualmente
está trabajando en una rueda que va a funcionar como una “vuelta al mundo”, de los
parques de diversiones, nos llevó a su taller y vimos varios muñecos recién
comprados en el baúl de su auto, serán los personajes que disfrutarán de este juego,
cada uno sentado en una sillita de chapa especialmente construida, reutilizando
planchas de lata.
¡Qué hermosos momentos pasamos junto a este
hombre que se reía divertido de sus ocurrencias constructivas!. Nos despedimos
sintiéndonos felices.
Me encantó este tipo y toda su locura encima!
ResponderEliminarQué agradable debe haber haber sido conocerlo.
Me recordó un poco al viejito ese de Gaiman -Chubut- que tiene el parque con objetos reciclados.
Una divinura