Nos sorprendemos (un estado que se repite en este viaje), encontrar que
Muisne está en una isla. La ruta que nos lleva desemboca al final de Muisne
Nuevo, pero el pueblito original está en la orilla de enfrente, para cruzar hay
que hacer uso de la “gabarra”, lo que llamamos ferry en Argentina.
Antes de cruzar, u$s 10 por la ida y vuelta (en un viajecito de poquísimos
minutos), se nos acercan varios lugareños a ofrecernos un tour a ver
camaroneras, manglar, y dejarnos en unas hermosas playas para pasear y poder
comer en restaurants. Decimos que no a la oferta, entre u$s 30 y 40, y
cruzamos.
Llegamos a Muisne para las fiestas de cantonización, es decir, la
celebración de cambio de estatus político de la ciudad. Nos sorprendemos al
caminar por la calle principal y ver docenas de puestitos de comida y de venta
de ropa y calzado. Reaparecen los “jeans colombianos” y mil variedades de sandalias.
Imitación de ropa deportiva de marca y vestimenta femenina.
Observamos un inmenso escenario, muchas luces y parlantes, nos dicen que
esta noche hay “rockola”. Creemos que la rockola es esa máquina en la que uno
pone monedas y elige el tema musical a escuchar. Bueno, aquí no es exactamente
así.
Preguntamos a personal policial por donde estacionar y al minuto estamos
hablando con un gentil comisario que nos ofrece parquear en el patio del
municipio y poner a alguien a nuestra disposición para que mañana nos oficie de
guía. Nos da vergüenza y no aceptamos el guía, si la locación. Aunque
imaginamos que iba a ser bastante ruidosa, la Muni está enfrente al escenario.
Nos quedamos cortos con la imaginación…
La Blanquita estacionada. |
Estacionamos en el lugar para dormir y se presentan varias personas a
saludarnos, una de ellas, Luis, se ofrece a acompañarnos a recorrer distintos
lugares de la zona y aceptamos. Veníamos frustrados por no poder caminar
senderos por la floresta húmeda y queríamos hacerlo.
La rockola consiste en que cada cantante lleva su música pregrabada y sólo
el canto es en vivo. Vimos varios números, desde regatón a balada. Más adelante
en la noche sube al escenario Roberto Calero. Todo un personaje, sube con dos
guitarras y percusionista y entona canciones de su autoría, que ya son clásicos
en Ecuador, entre tema y tema anécdotas y whisky. Sí whisky y lo pedía con poco
rubor. Hay que aclarar que abajo del escenario el whisky con agua helada corría
como el mate en Playa Unión un domingo a las cinco de la tarde.
Muy bueno el set de Calero, en el intermedio pasa el alcalde (¡!)
repartiendo CDs con temas de tres de los intérpretes más reconocidos que habían
actuado esa misma noche. Al pedirle uno para llevar a Argentina se sorprende y
terminamos afortunados en el reparto.
Seguidamente comienza a grit…cantar una señora que hace que prefiramos
arriesgarnos y tratar de dormir en la casita.
La noche es un pandemónium, no sólo la música del festejo (a eso estamos
más que acostumbrados con las experiencias en Brasil y Perú), sino que el patio
municipal es lugar donde, además de guardar maquinarias, permiten a los dueños
de mototaxis, llamados tricitaxis aquí, guardarlos allí mismo. Por lo cual a
cada rato se oían los golpes en el portón de chapa para reclamar a los guardias
de seguridad que abran para sacar los vehículos…un calvario.
Nos levantamos al día siguiente, y decidimos no volver a dormir allí,
recorrer las playas (sin mucho entusiasmo ya que el sol seguía sin aparecer), e
irnos ese mismo día. Obviamente, no sucedió así.
Playa en la Isla de Muisne |
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