Es muy difícil describir nuestro cruce de
la Cordillera de los Andes.
Con muy poca logística, salimos de Pto.
Maldonado mucho más tarde de lo que esperábamos. Cargamos diesel, aquí en Perú
se vende por galón, y partimos hacia el este por la Interoceánica Sur.
Luego de unos kilómetros, y cruzar varios
pequeños puentes, se llega a una bifurcación, hacia el sur: Puno, hacia el
este: Cusco.
Seguimos al Este, se hace notorio el
ascenso, luego comienza a llover, curvas y contra curvas en ángulos muy agudos. Por si faltaba algo, además de las máquinas viales trabajando, hay
desmoronamientos en diversos sectores, algunas son rocas de importante tamaño,
los conductores que vienen detrás nuestro no aminoran la marcha. En algunas
curvas los carteles advierten: “toque claxon”, lo hacemos, avanzamos en segunda
y tercera marcha.
El agua forma cataratas en la montaña que
cae atravesando la carretera en lugares diseñados para ello, luego sigue su
descenso pero no hay barandas ni guard rails, el agua cae libre hacia abajo
pasando bajo nosotros, cada vez hay más agua, la niebla aumenta.
Descendemos unos cuantos metros hasta un
río, acompañamos su recorrido un trecho y empezamos a subir de nuevo.
Empiezan a
aparecer ruinas incaicas y las terrazas en que se realizaban los
cultivos. Niebla cerrada, un sitio arqueológico tras otro en pleno ascenso.
Lugareños trasladándose entre la bruma. O agrupados a los costados de la
“pista” (ruta) con enormes bultos envueltos en mantas de colores, parecen
pequeños duendes que se mueven con naturalidad en ese paisaje que trashuma
historia.
Y continúa el ascenso, algún malestar
físico en nosotros, también a la Master le cuesta (tratamos de sobrepasar un
micro y nos damos cuenta de que no hay reacción de parte del motor), continuamos.
Entre niebla que va y viene, el GPS marca
los 4739 msnm, y más allá aparece la cordillera nevada. Impactante.
Impresionante. Un cartel indica Abra 4725 msnm y comenzamos a descender.
Seguimos un poco más, imposible detenernos
en las termas que nos habían recomendado, no sólo no hay donde estacionar (los
pueblitos se desarrollan al costado de la roca, entre ésta y el precipicio),
sino que la lluvia y la niebla nos desaniman. Antes de las termas observamos un
paisaje fantástico: el calor termal produce vapor que brota del asfalto, al
encontrarse con el frío reinante y el viento, hace que la humedad dance en
miles de gotas sobre la superficie de la ruta.
Cada tanto aparece una pequeña pampa y
vemos alpacas, llamas y diminutas casas; frente a la montaña, con sus terrazas,
pequeños riachos o lagunillas verdean el paisaje.
Aparece un pequeño pueblo, vemos lugar para
detenernos y, rendidos, estacionamos luego de varias horas de manejar sin
parar. Hay síntomas de altura, como si fuera una resaca pero sin fiesta. El
conductor toma una píldora para el dolor de cabeza y otra para la náusea,
duerme 12 hs.
Que chevere lindo e informativo
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