26-03-13. Hoy se
cumple un año desde que salimos de casa. Estamos felices de estar
haciendo este viaje que tiene mucho de lo que imaginábamos y tanto
más que se diferencia de nuestras fantasías iniciales.
Reflexionamos … ¿Podremos adaptarnos a la vida sedentaria otra
vez?
Conocer el Delta del
Orinoco fue un anhelo que se formó hace muchos años. Tal vez en la
escuela primaria, cuando estudiábamos geografía americana, tal vez
leyendo sobre los pueblos originarios que habitaban esas latitudes.
La selva, siempre atractiva y atrayente. Los ríos, esos generosos
caminos de agua dulce.
Después de
atravesar numerosos “policías acostados”, como llaman acá a los
“lomos de burro”, omnipresentes en todo el país, llegamos a
Tucupita, con la idea de encontrar algún viaje que se ajustase a
nuestros intereses y modos.
Quienes siguen el
blog sabrán que no somos los habituales turistas, no nos conformamos
con cosas que están bien para otros y, por otra parte, nos tienen
sin cuidado aspectos que otros viajeros consideran vitales.
La previa:
Gracias a la guía
de viajes encontramos la Oficina de Turismo del lugar. Debemos
manifestar que estaba escondida, sí escondida, en una casa de muy
mal aspecto, que parecía abandonada.
Se sorprenden cuando
entramos y solicitamos información turística, van a buscar a una
persona específica, y luego, mientras ésta nos habla, otra
empleada, sin avisar, nos comienza a sacar fotos con su teléfono
(¡!).
Nos entrega un
folleto donde están los operadores turísticos en el que, para
nuestra sorpresa, consta el teléfono de todos y cada uno, nada más;
es decir para nosotros que estamos sin teléfono era una situación
complicada. Nos avisan que un operador está “ a la vuelta”.
Allí nos ofrecen un
tour de un día por 150 u$s, y de dos días y una noche por 180 u$s (
en realidad era un día y medio).
Seguimos caminando
por la ciudad y, visitando la catedral, encontramos un pequeño
cartel. Golpeamos, buscamos timbre, batimos palmas, hasta que sale la
encargada y dueña de la agencia haciéndonos pasar a un pequeño
local contiguo. Nos cuenta las posibilidades del paseo que son
iguales a las de la empresa anterior, pero por el que deberíamos
pagar sólo 100 u$s.
Nos informa que si
nos decidimos a hacer el viaje al día siguiente, tenemos que
avisarle antes de las 15.00 hs. Después de algunas deliberaciones y
averiguaciones acerca de dónde dejar nuestra casita durante nuestro
viaje por el delta, volvemos al lugar para confirmar el tour.
Llegamos a las 14.30
hs y nuevamente se reitera la escena de tratar de ingresar al local,
cosa que conseguimos recién a las 14.50 hs, por casualidad ya que la
dueña que se encontraba en el fondo de la casa y nunca nos oyó. Nos
dijo que se asomó porque sí, confirmando que nuestros esfuerzos de
llamar la atención con todo tipo de ruidos había sido infructuosa.
¿Por qué no ponen un timbre? Cerramos trato y nos despedimos hasta
el día siguiente a las 9.00 Am.
De las pocas
posibilidades que encontramos, elegimos el Cuartel de Bomberos para
dejar nuestro motorhome durante nuestra ausencia.
El tour:
Al otro día, llenos
de expectación, estábamos en la casa- agencia a las 8.50 hs. Nos
recibe el hermano de la dueña-encargada (nuevamente nos atienden
primero por la puerta familiar). Rober nos cuenta que está lavando
ropa de su hijo de cinco años, quien se duerme por las noches
abrazado a él. Que está separado y prefiere que el niño esté bajo
su cuidado. Rober será nuestro guía, terminará de lavar la ropa
porque le deja siempre todo listo, su propia ropa no importa, sí la
del pequeño. De todo esto nos enteramos aún antes de presentarnos.
Se producen una
serie de idas y vueltas, vemos que van a buscar comida, entra y sale
gente, llamadas por teléfono móvil, aviso de retraso. Salimos a las
10.30 hs, somos seis en una camioneta particular, dos turistas
(nosotros).
La camioneta, como
la mayoría en Venezuela, es doble tracción, caja automática y…
muy usada, se detiene un par de veces, la tapicería está mal, le
faltan luces, pero el viaje, hasta La Horqueta (de donde sale el
navío), se hace entretenido, mientras nos enteramos de las cuitas
familiares (los cuatro son familia).
Ratificamos la
pasión venezolana por la lotería, al detenernos dos (2) veces en el
camino para que puedan apostar. El método que siguen para elegir el
número es…sencillamente…inenarrable.
Arribamos donde nos
espera la lancha, conocemos más familia (todos muy simpáticos) y,
luego de hacer algunos mandados entre islas, salimos con destino al
campamento.
El guía,
aprovechando una de las paradas, nos convida cacao. Nunca habíamos
comido cacao fresco. Es sencillamente exquisito, tiene una acidez que
no hubiéramos imaginado. También probamos otra fruta cuyo nombre
olvidamos. Cortó cocos para comer más tarde; eran marrones,
degustamos especialmente su núcleo, carnoso y suave. Tampoco
habíamos probado éstos antes, sí los amarillos, verdes y naranjas,
donde básicamente se bebía el agua y en algunos se comía la pulpa.
Durante las cuatro
horas que duró el trayecto vimos aves de distintas especies y dos
perezosos que eran descubiertos infaliblemente en la lejanía por
Robert o Juan (el motorista), quien aminoraba la marcha o detenía el
motor para que sacáramos fotos.
Pasamos a buscar a
Julián, el guía nativo (waori), con el que realizaríamos las
actividades en la selva y arribamos al campamento.
Rápidamente la
primera churuata es desdeñada porque una colonia de avispas se había
ubicado en la misma, y ni ellas ni nosotros queríamos compartir la
locación.
Vamos al otro
campamento, Wira Morena, hay una pequeña churuata que hace de
cocina, una bien grande que es comedor y dormitorio, y una tercera
construcción que hace de baño, con tres paredes e inodoro.
¡Excelente! Bien selvático.
Un murciélago vuela
a sus anchas por el amplio y abierto recinto justo antes de empezar a
cenar.
Alrededor hay agua y
exuberante vegetación. Sólo dos muy pequeñas zonas cerca de las
casa se han limpiado, el resto es selva primaria.
Comemos y
descansamos al borde de un “caño” (riacho) que forma parte del
delta. A la noche salimos en una canoa típica de este pueblo, el
agua está alta, lo que dificulta el avistamiento de animales ya que
éstos, explica Julián, se retiran en estas ocasiones a lo más
denso de la jungla.
Vemos pocas aves
pero escuchamos significativos sonidos, parecen animales grandes poco
más atrás de la vegetación que observamos, con ayuda de linternas
y de la inmensa luna que está colgada encima nuestro. Con el
murmullo del agua corriendo y la iluminación escenográfica sobre
los oscuros árboles, palmeras y demás especies fue uno de los
momentos más especiales de todo el viaje. Imposible trasmitir en
palabras lo sentido en esas horas. Una experiencia muy fuerte,
maravillosa.
|
hoacín (Opisthocomus hoazin) |
Dormimos, en
nuestras hamacas, escuchando el rumor de animales alrededor nuestro,
creímos oír, en algún momento de la noche, uno que se movía y
comía algo, muy cerca.
A la mañana
siguiente después de un excelente desayuno, salimos a caminar por la
selva. Julián nos explica de las plantas y sus virtudes
terapéuticas, ameniza la caminata con “souvenirs” que va
fabricando con ramas, hojas y pequeñas lianas.
Bebemos agua de
bejuco, probamos diversas hojas y comemos palmito “cosechado” en
el momento, disfrutamos de la compañía y conocimientos del jovial
guía. También nos muestra cómo hacen fuego siguiendo métodos
tradicionales. Nos regala esos especiales elementos por si son
necesarios para nuestra futura supervivencia.
Una cansador baño
en el río nos refresca. Cansador por que el agua corría muy
rápidamente, había que nadar para mantenerse cerca del muelle.
Más tarde partimos
de regreso a “la civilización” con un dejo de tristeza por la
belleza, natural y humana, que dejábamos allí.
|
Esposa de Julián hilando, sobre su pierna, fibra de Palma Moriche. |
Hoy (jueves santo),
los ríos están colmados de gente, empieza semana santa y los
venezolanos corren a vacacionar por todo el país. Vemos muchísima
gente en el agua de la que asoman sus manos sosteniendo las
correspondientes botellas de cerveza.
Ya en La Horqueta,
nos está esperando un primo de la familia en un auto pequeño. Esta
vez somos cinco. El conductor mientras maneja va bebiendo whisky con
mucho hielo, típico del país. Música fuerte y… el auto que se
detiene dos veces, en la segunda sacan la batería y algo manipulan
en ella. Nos miramos preocupados, por suerte no se para más, pero
sufrimos la falta de aire acondicionado con este calor aterrador.
Con esta
informalidad que nos choca un poco, el chofer nos dedica una canción
en el Cd del auto, una canción que habla sobre los viajes y los
cambios, pregunto el autor, parece que es Marco Antonio Solís,
agradecemos el gesto.
Nos despedimos de la
gente de la agencia con afecto. Es el modo venezolano, informal y
cálido. Compartimos con ellos la vida cotidiana y “real”, además
del paseo y la fascinación que siempre la selva ejerce sobre
nosotros.