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Este blog es un lugar, un lugar en movimiento para compartir.

Compartir los viajes, los paisajes, las vivencias, las alegrías, las reflexiones y, por qué no, las penas, que, esperamos, no sean muchas.

¿Por qué territorio? Porque es la tierra que nos aloja y es, también, el aire, el mundo material y simbólico, las ilusiones y herencias que también nos sostienen.

¿Por qué en movimiento? Porque, al movernos, lo cambiaremos y será cambiado. Por el paisaje, la gente, el camino, otros soles, nuevas lluvias; en este desafío de trasladarnos con nuestro territorio a largo plazo, en el tiempo y en el espacio.

¡Suban con nosotros y acompáñennos! ¡Pongámonos en movimiento!

Adriana y Nelson


9 abr 2013

Una experiencia agotadora. Camping Los Caracas

Si me preguntan acerca de cómo son los venezolanos, yo los describiría como gente amable, cordial, generosa, conversadora, alegre. Uno de ellos nos dijo: “Nosotros siempre tenemos motivos para festejar: que egresó un hijo, que llegó mi hermana. Nos juntamos, comemos, escuchamos música y bebemos”.  Y damos fe de ello, en casi toda Venezuela nos han recibido con calidez, brindándonos ayuda e invitándonos a participar de sus costumbres.
Será por eso que me cuesta muchísimo relacionar la idiosincrasia de estas personas, con las actitudes que observamos en relación a los desechos y a las pocas ganas de trabajar de algunos sectores de la población.
Una experiencia que no me dio descanso, por varios motivos, fue la que vivimos en el Camping Los Caracas (estatal), a orillas de un río que no recuerdo su nombre y a unos 100 metros del Mar Caribe.
Llegamos un domingo por la mañana y, aunque descuidado y con basura tirada, a primera vista observamos que cumplía con nuestras necesidades básicas para acampar: espacios amplios con grama, baños, duchas, piletas para lavar y parrillas.



Teníamos mucha ropa para lavar, por lo que nos ubicamos debajo del único árbol que aún estaba libre, tanto para aprovechar su sombra como para poder atar nuestra soga para colgar la ropa. No sólo terminamos de estacionar y comenzó a lloviznar, sino que tuvimos tan mala suerte que no nos dimos cuenta de que ese lugar había sido usado como baño, por lo que al rato, los dos habíamos pisado materia fecal humana. No sólo tuvimos que limpiar nuestros calzados sino lavar el piso de la casita, más de una vez ya que no podíamos descubrir, bajo las hojas secas que cubrían el suelo, cual era el sitio que había sido usado como “inodoro” y reiterábamos el error.
Para qué contar que también había un hormiguero de hormigas rojas oculto (debía ser subterráneo porque nunca lo descubrimos), que más de una vez atacaron con todo fervor nuestras piernas.
A medida que transcurría el tiempo, el lugar se empezó a llenar de autos con familias que abrían sus baúles exhibiendo los inmensos parlantes, que lo ocupan casi en su totalidad, e invitando a todo el que esté cerca o lejos a oír su música a todo volumen. De este modo podíamos “disfrutar” de cuatro, cinco o más alegres melodías diferentes al mismo tiempo.
Mover la casita ya era imposible, sólo atinamos a adelantarla unos metros quedando casi sobre el camino de entrada de los automóviles, pero intentando evadir el falso baño y el misterioso hormiguero.
Después de almorzar, para descansar, salimos a caminar. A unos 100 metros teníamos el hermoso Mar Caribe. Lamentablemente, una vez más los bellos paisajes naturales de Venezuela se ven eclipsados por la desagradable actitud humana en relación a los desechos. Casi todo el país está regado de residuos, y este lugar no escapa a ello. La vista y los olores que emanan le quitan a uno las ganas de caminar, y menos aún, de sentarse y permanecer para disfrutarlo.
En cierto momento se acercó una familia muy simpática, de Caracas, atraídos por el motorhome. Alex nos pasó un plano actualizado de Venezuela para el GPS y Erika nos contó con mucha emoción la profunda tristeza que sentía por la muerte de Chávez. Haciendo un análisis bastante imparcial decía: “Con aciertos y errores, uno sabía que él estaba ahí. ¡Fueron 14 años! Yo me levantaba y sabía que él estaba. Ahora todo es incierto”. Como muchos otros chavistas con los que conversamos, ella se refería a “nosotros” y “ellos” para referirse a los “chavistas” y los “escuálidos” (la oposición) respectivamente.


Sí, todo eso es basura

Por la noche la gente comenzó a retirarse. Después de las 21 horas volvió el silencio quedando el espacio plagado de botellas plásticas y de vidrio, platos, vasos y cubiertos descartables, bolsas de nylon, pañales, restos de comida, etc.



Al día siguiente nos despertamos en medio del silencio y con un rayito de sol que entraba por una de las ventanas. Día lindo para lavar ropa, me dije.



Estábamos totalmente solos en el camping, desayunamos al aire libre. A eso de las 8 horas comenzaron a llegar grupos de personas, algunas con las correspondientes remeras y gorros rojos que los señala como empleados estatales. En total nueve, cinco mujeres y cuatro hombres.
¡Qué bueno! Pensé. ¡En un rato quedará todo el predio limpio!
Se dividieron en dos grupos. Uno con siete personas, de las cuales dos tomaron rastrillos y comenzaron a juntar hojas caídas de los árboles, el resto se sentó en una de las mesas. Todos charlaban en voz muy fuerte. Me pareció que discutían pero por momentos se reían.



El otro grupo, de tres hombres se dirigió hacia otro sector con tachos que contenían pintura y un rodillo. Dos, parecían que tenían algún interés en pintar unos bloques de cemento, el tercero “supervisaba”, aún no sabemos qué.
Empecé a lavar ropa, bastante incómoda ya que me mojaba los pies porque el caño de desagote parecía sólo un simulacro, ya que el agua caía por debajo de la pileta y salpicaba para todos lados.
                   
Nelson lavaba la Master. Los señores de la pintura nos miraban trabajar.
Al rato ellos estaban así:

Y más tarde así:


A los pocos minutos de empezar a lavar la ropa, del sector del grupo de mayoría de mujeres, empezó a levantarse una humareda. Habían empezado a quemar las hojas que juntaban, a unos metros de la pileta en que yo lavaba y, como el viento venía de allí, me envolvía totalmente. Mis ojos empezaron a lagrimear.


El humo intenso continuaba hasta la Master y hasta la soga que atamos para colgar la ropa. Tuve que interrumpir mi actividad y esperar… Aproveché para tomar algunos registros fotográficos.
Si tenían pensado quemar todas las hojas caídas sobre el lugar llevaría varios días, pero no. Al rato cinco personas estaban sentadas y una sola rastrillaba.
A las 9,30 hs, cuatro mujeres se fueron del camping. Los hombres de la pintura seguían sentados. Salvo por el olor muy fuerte del humo que dejó absolutamente todo impregnado, casi nada había cambiado en el paisaje.
Los residuos seguían allí, los montones de hojas también y la pintura siguió recluida en sus tachos sin poder exhibirse, orgullosa, sobre ninguna superficie.


Ya con menos humo en el ambiente, retomé mi tarea de lavandera.


A eso de las 11 horas, los señores de la pintura se cansaron de charlar y mandar mensajitos por sus celulares y se fueron, dejando un tacho allí. ¿Volverán?


Pasaron las horas y no volvieron. Ni las señoras ni los señores.
En este río nadan los chicos
Nosotros cansados, lavamos la ropa que llevábamos puesta porque aunque limpia, estaba impregnada del fuerte olor a humo. ¡Terminamos agotados y sorprendidos por la jornada laboral que habíamos presenciado!

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