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¡Hola!

Este blog es un lugar, un lugar en movimiento para compartir.

Compartir los viajes, los paisajes, las vivencias, las alegrías, las reflexiones y, por qué no, las penas, que, esperamos, no sean muchas.

¿Por qué territorio? Porque es la tierra que nos aloja y es, también, el aire, el mundo material y simbólico, las ilusiones y herencias que también nos sostienen.

¿Por qué en movimiento? Porque, al movernos, lo cambiaremos y será cambiado. Por el paisaje, la gente, el camino, otros soles, nuevas lluvias; en este desafío de trasladarnos con nuestro territorio a largo plazo, en el tiempo y en el espacio.

¡Suban con nosotros y acompáñennos! ¡Pongámonos en movimiento!

Adriana y Nelson


22 abr 2013

Delta del Orinoco

26-03-13. Hoy se cumple un año desde que salimos de casa. Estamos felices de estar haciendo este viaje que tiene mucho de lo que imaginábamos y tanto más que se diferencia de nuestras fantasías iniciales. Reflexionamos … ¿Podremos adaptarnos a la vida sedentaria otra vez?
Conocer el Delta del Orinoco fue un anhelo que se formó hace muchos años. Tal vez en la escuela primaria, cuando estudiábamos geografía americana, tal vez leyendo sobre los pueblos originarios que habitaban esas latitudes. La selva, siempre atractiva y atrayente. Los ríos, esos generosos caminos de agua dulce.
Después de atravesar numerosos “policías acostados”, como llaman acá a los “lomos de burro”, omnipresentes en todo el país, llegamos a Tucupita, con la idea de encontrar algún viaje que se ajustase a nuestros intereses y modos.
Quienes siguen el blog sabrán que no somos los habituales turistas, no nos conformamos con cosas que están bien para otros y, por otra parte, nos tienen sin cuidado aspectos que otros viajeros consideran vitales.
La previa:
Gracias a la guía de viajes encontramos la Oficina de Turismo del lugar. Debemos manifestar que estaba escondida, sí escondida, en una casa de muy mal aspecto, que parecía abandonada.
Se sorprenden cuando entramos y solicitamos información turística, van a buscar a una persona específica, y luego, mientras ésta nos habla, otra empleada, sin avisar, nos comienza a sacar fotos con su teléfono (¡!).
Nos entrega un folleto donde están los operadores turísticos en el que, para nuestra sorpresa, consta el teléfono de todos y cada uno, nada más; es decir para nosotros que estamos sin teléfono era una situación complicada. Nos avisan que un operador está “ a la vuelta”.
Allí nos ofrecen un tour de un día por 150 u$s, y de dos días y una noche por 180 u$s ( en realidad era un día y medio).
Seguimos caminando por la ciudad y, visitando la catedral, encontramos un pequeño cartel. Golpeamos, buscamos timbre, batimos palmas, hasta que sale la encargada y dueña de la agencia haciéndonos pasar a un pequeño local contiguo. Nos cuenta las posibilidades del paseo que son iguales a las de la empresa anterior, pero por el que deberíamos pagar sólo 100 u$s.
Nos informa que si nos decidimos a hacer el viaje al día siguiente, tenemos que avisarle antes de las 15.00 hs. Después de algunas deliberaciones y averiguaciones acerca de dónde dejar nuestra casita durante nuestro viaje por el delta, volvemos al lugar para confirmar el tour.
Llegamos a las 14.30 hs y nuevamente se reitera la escena de tratar de ingresar al local, cosa que conseguimos recién a las 14.50 hs, por casualidad ya que la dueña que se encontraba en el fondo de la casa y nunca nos oyó. Nos dijo que se asomó porque sí, confirmando que nuestros esfuerzos de llamar la atención con todo tipo de ruidos había sido infructuosa. ¿Por qué no ponen un timbre? Cerramos trato y nos despedimos hasta el día siguiente a las 9.00 Am.
De las pocas posibilidades que encontramos, elegimos el Cuartel de Bomberos para dejar nuestro motorhome durante nuestra ausencia.
El tour:
Al otro día, llenos de expectación, estábamos en la casa- agencia a las 8.50 hs. Nos recibe el hermano de la dueña-encargada (nuevamente nos atienden primero por la puerta familiar). Rober nos cuenta que está lavando ropa de su hijo de cinco años, quien se duerme por las noches abrazado a él. Que está separado y prefiere que el niño esté bajo su cuidado. Rober será nuestro guía, terminará de lavar la ropa porque le deja siempre todo listo, su propia ropa no importa, sí la del pequeño. De todo esto nos enteramos aún antes de presentarnos.
Se producen una serie de idas y vueltas, vemos que van a buscar comida, entra y sale gente, llamadas por teléfono móvil, aviso de retraso. Salimos a las 10.30 hs, somos seis en una camioneta particular, dos turistas (nosotros).
La camioneta, como la mayoría en Venezuela, es doble tracción, caja automática y… muy usada, se detiene un par de veces, la tapicería está mal, le faltan luces, pero el viaje, hasta La Horqueta (de donde sale el navío), se hace entretenido, mientras nos enteramos de las cuitas familiares (los cuatro son familia).
Ratificamos la pasión venezolana por la lotería, al detenernos dos (2) veces en el camino para que puedan apostar. El método que siguen para elegir el número es…sencillamente…inenarrable.

Arribamos donde nos espera la lancha, conocemos más familia (todos muy simpáticos) y, luego de hacer algunos mandados entre islas, salimos con destino al campamento.
El guía, aprovechando una de las paradas, nos convida cacao. Nunca habíamos comido cacao fresco. Es sencillamente exquisito, tiene una acidez que no hubiéramos imaginado. También probamos otra fruta cuyo nombre olvidamos. Cortó cocos para comer más tarde; eran marrones, degustamos especialmente su núcleo, carnoso y suave. Tampoco habíamos probado éstos antes, sí los amarillos, verdes y naranjas, donde básicamente se bebía el agua y en algunos se comía la pulpa.
Durante las cuatro horas que duró el trayecto vimos aves de distintas especies y dos perezosos que eran descubiertos infaliblemente en la lejanía por Robert o Juan (el motorista), quien aminoraba la marcha o detenía el motor para que sacáramos fotos.












Pasamos a buscar a Julián, el guía nativo (waori), con el que realizaríamos las actividades en la selva y arribamos al campamento.
Rápidamente la primera churuata es desdeñada porque una colonia de avispas se había ubicado en la misma, y ni ellas ni nosotros queríamos compartir la locación.
Vamos al otro campamento, Wira Morena, hay una pequeña churuata que hace de cocina, una bien grande que es comedor y dormitorio, y una tercera construcción que hace de baño, con tres paredes e inodoro. ¡Excelente! Bien selvático.


 


















Un murciélago vuela a sus anchas por el amplio y abierto recinto justo antes de empezar a cenar.
Alrededor hay agua y exuberante vegetación. Sólo dos muy pequeñas zonas cerca de las casa se han limpiado, el resto es selva primaria.
Comemos y descansamos al borde de un “caño” (riacho) que forma parte del delta. A la noche salimos en una canoa típica de este pueblo, el agua está alta, lo que dificulta el avistamiento de animales ya que éstos, explica Julián, se retiran en estas ocasiones a lo más denso de la jungla.

Vemos pocas aves pero escuchamos significativos sonidos, parecen animales grandes poco más atrás de la vegetación que observamos, con ayuda de linternas y de la inmensa luna que está colgada encima nuestro. Con el murmullo del agua corriendo y la iluminación escenográfica sobre los oscuros árboles, palmeras y demás especies fue uno de los momentos más especiales de todo el viaje. Imposible trasmitir en palabras lo sentido en esas horas. Una experiencia muy fuerte, maravillosa.
hoacín (Opisthocomus hoazin)

Dormimos, en nuestras hamacas, escuchando el rumor de animales alrededor nuestro, creímos oír, en algún momento de la noche, uno que se movía y comía algo, muy cerca.
A la mañana siguiente después de un excelente desayuno, salimos a caminar por la selva. Julián nos explica de las plantas y sus virtudes terapéuticas, ameniza la caminata con “souvenirs” que va fabricando con ramas, hojas y pequeñas lianas.
Bebemos agua de bejuco, probamos diversas hojas y comemos palmito “cosechado” en el momento, disfrutamos de la compañía y conocimientos del jovial guía. También nos muestra cómo hacen fuego siguiendo métodos tradicionales. Nos regala esos especiales elementos por si son necesarios para nuestra futura supervivencia.

Una cansador baño en el río nos refresca. Cansador por que el agua corría muy rápidamente, había que nadar para mantenerse cerca del muelle.

Más tarde partimos de regreso a “la civilización” con un dejo de tristeza por la belleza, natural y humana, que dejábamos allí.
Esposa de Julián hilando, sobre su pierna, fibra de Palma Moriche.
Hoy (jueves santo), los ríos están colmados de gente, empieza semana santa y los venezolanos corren a vacacionar por todo el país. Vemos muchísima gente en el agua de la que asoman sus manos sosteniendo las correspondientes botellas de cerveza.
Ya en La Horqueta, nos está esperando un primo de la familia en un auto pequeño. Esta vez somos cinco. El conductor mientras maneja va bebiendo whisky con mucho hielo, típico del país. Música fuerte y… el auto que se detiene dos veces, en la segunda sacan la batería y algo manipulan en ella. Nos miramos preocupados, por suerte no se para más, pero sufrimos la falta de aire acondicionado con este calor aterrador.
Con esta informalidad que nos choca un poco, el chofer nos dedica una canción en el Cd del auto, una canción que habla sobre los viajes y los cambios, pregunto el autor, parece que es Marco Antonio Solís, agradecemos el gesto.
Nos despedimos de la gente de la agencia con afecto. Es el modo venezolano, informal y cálido. Compartimos con ellos la vida cotidiana y “real”, además del paseo y la fascinación que siempre la selva ejerce sobre nosotros.


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